A veces pienso que el dolor por la pérdida de un ser querido es tan intensamente insoportable que es mejor no tener a nadie a quien querer. Cuando alguien a quien amamos sufre creemos angustiarnos incluso más que nuestro perjudicado compañero, aunque la realidad siempre no sea esa. Según dicen (puedo vislumbrar la sensación) el amor por un hijo es inconmensurable y no puede compararse a ningún otro, y eso la verdad me da miedo. Y sobretodo me da miedo, aunque suene muy egoista, pensar que no será un amor correspondido.
Pregunté a una amiga qué había sentido al tener en brazos por primera vez a su pequeña; ella me dijo que no pudo evitar llorar porque entendió todo lo que sus padres la han querido siempre. Así que siento miedo por dos cosas: primero, sentir el dolor que me pueda causar la infinita preocupación maternal, no poder controlar que nada le haga daño, y segundo, entender así el dolor de mis padres y sentirme culpable por la natural carencia de reciprocidad con la que humanamente actuamos durante toda nuestra vida.
Todo esto para, como siempre, acabar comparando a mi hija con algo...esta vez con nuestra gata, Punky.
Todo comenzó anoche, que como lleva sin pasar meses llegamos a casa entre diario a las 11 de la noche. Habíamos dejado abierta un poquito la puerta que da al patio trasero de la casa, como siempre. Además cerramos la mosquitera, así que hasta ahora vivíamos tranquilas pensando que las dos peludas estaban protegidas. Pero al llegar nos llevamos el susto: Punky había conseguido abrir algo más la puerta y franquear el paso hasta el patio rompiendo la mosquitera. Os podéis imaginar. Nos salimos a la calle buscándola como locas. Nuria preocupada por Punky y yo, sinceramente, preocupada por Nuria. Nos dejaron unas linternas e intentamos localizarla en el gigante solar lindero a nuestro patio, lleno de arbustos y rastrojos que llegan por las rodillas, pero la noche estaba muy cerrada y el esfuerzo parecía inútil. Nuria no dejaba de repetir que la habíamos perdido para siempre, que sería imposible recuperarla y que sentía muchísimo miedo por ella, por cómo estaría, por imaginársela sola, perdida y asustada, porque jamás ha salido de casa y allí hay muchos perros que puedan asustarla y la carretera aunque poco transitada está cerca. Yo tenía la certeza de que volvería, confiaba en su destreza y en su instinto y en su empeño por volver, porque se que está agustito con nosotras y porque no puede vivir sin Nuria (es mirarla y ronronear...). Gritábamos su nombre desde la calle, desde casa, nos quedábamos en silencio observando la comida que habíamos puesto junto a la valla...y nada. Nuria se subió al murete de hormigón de la valla.. eran más de las 12 y estaba más activa que a las 10 de la mañana, no le costaba correr, ni subirse al murete. Así que me di cuenta de algo: que va a ser una madre increible y que el instinto maternal te convierte en superhéroe.
El amor y el instinto de protección no se dan por vencidos, así que nos preparamos, lágrimas en cara, a patrullar toda la noche.
Quizás me equivoqué antes y el amor padres-hijos (humano-mascota, en este caso) no sea tan poco correspondido. Punky apareció. Había conseguido volver pero se había confundido de patio y estaba en el de los vecinos. Nuria apenas podía colar la mano a través de la valla de los vecinos y Punky se aferraba a ella con tesón. Costó, pero gracias a la templanza de Nuria Punky llegó a casa, un poquito coja, eso si. El disgusto nos mantuvo despiertas mucho rato, solo pensar que hubiese pasado algo nos ponía los pelos de punta..todo se había solucionado y sin embargo..el miedo continuaba, porque tenerla a nuestro lado significa asumir que podemos estár sin ella algún día.
Me pregunto si podré dormir cuando en unos años Lola esté de fiesta un sábado noche. Al fin y al cabo, como yo le decía a mi madre "con 15 años una sabe cuidar de si misma"... (¿¿¿???)
Menos mal que me he enterado de la fuga cuando ya hay un final feliz ....
ResponderEliminarPikipiki, me encanta tu reflexión. A mi ese miedo me parece atroz, insoportable y destructivo. Muchas veces me he parado a pensar lo mismo que tú y me resulta terrible solo pensarlo pero supongo que al final te acostumbras y te fuerzas a pensar en lo bueno y no en lo malo para no acabar desquiciado... como se dice, lo que tenga que ser, será.
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